Las viudas del fin del mundo

Parecería que utiliza el pintalabios desde temprana edad. Aunque al preguntarle, responde que no, “chico, es algo muy nuevito en mí”. Eso dice, y me lanza una mirada que me deja los cachetes rojos. Sus hermanas le ayudan a colocarse la pupera negra, la falda negra, las medias nylon negras. Se la ve oscura y apabullante. Modela frente al espejo como si lo hiciera desde la pubertad. Mi siguiente pregunta va por ahí, pero responde adelantando sus pasos: “no, chico, es apenas mi cuarta ocasión como viuda”.

Ella, o mejor dicho él, se empieza a rizar las pestañas. Se coloca la peluca zamba, bien rubia. Al fin siente que su cuerpo de un metro sesenta centímetros se ha travestido. Todos en la habitación sueltan una que otra carcajada. “¿Cómo te vamos a decir ahora?”, le pregunta su hermana. Y él, o mejor dicho ella, dice que le llamen Débora. Buen nombre. Provoca sensaciones picantes cuando lo pronuncia, cuando lo repite a cámara lenta cerca de mi oído.

Él ahora es ella. Y es una de las miles de viudas que salen desde tempranas horas, de este 31 de diciembre del 2021, a deambular en busca de “una caridadcita para el viejito”. Bajo el sol, ya se las ve en distintas esquinas, locales comerciales, casas, bares, calles o carreteras de todo el Ecuador.

7 AM

Es una de las tradiciones más importantes del Ecuador. Cada 31 de diciembre, miles de hombres se disfrazan de viudas sexys y salen a las calles a pedir una contribución económica para un monigote que las acompaña. Esta contribución la piden a cualquier ciudadano que pasa por su lado, a veces curioseando, otras, despistado.

Para el antropólogo Orlando Paucar, a este ritual se lo debe entender desde el comportamiento sociocultural del grupo humano, y no solo desde el lado sexual. Es decir, tras la fachada grotesca, sarcástica, burlona, cínica de una viuda alegre, hay un hombre vestido de mujer, que suspira y solloza por un monigote que encarna una idea colectiva.

“La incineración, bajo la atenta mirada de todos los asistentes, al ritual anual, esconde la catarsis de un pueblo que anhela mejores días para su convulsionada existencia. Un ritual en que la colaboración de hombres y mujeres es fundamental. Aquí se funde la esperanza de días mejores para un grupo humano en particular: el ecuatoriano”.

11 AM

Este 31 de diciembre del 2021, es distinto para Débora. La última vez que se disfrazó de viuda, lloró tanto que terminó dañando sus pestañas postizas. Recuerda que era el año 2019 y logró recolectar 70 dólares para su “viejito”. Al preguntarle por el secreto para acumular tanto, responde que fue, sobre todo, estar bien ubicada.

Recorrió todo el Mercado Ipiales, la calle Chile (que casi siempre está abarrotada de personas), y los centro comerciales Hermano Miguel y Granada. “La gente es generosa en esta fecha. Te dan hasta un dólar. Pero este año no creo que pase igual. Con esto de la pandemia no se sabe”.

Tiene razón. No se sabe. Ya en el año 2020, Débora y miles de ecuatorianos no pudieron disfrazarse de viudas, porque se incrementaban los contagios de coronavirus y había restricciones en todo el país. La gente estaba recelosa. El virus parecía invencible. Sin embargo, hoy siente que la situación no es tan catastrófica. Y ese pequeño pulso de optimismo, le hace colocarse bien la mascarilla, antes de estirar la mano y pedir cualquier monedita para su “viejito”.

3 PM

Antes de que inicie la pandemia, era recurrente ver concursos de viudas o “años viejos” (así llaman a los monigotes en Ecuador). En la ciudad de Quito, se daban grandes festivales en la Avenida Amazonas, El Pintado, La J, La Loma Grande, San Juan, entre otros barrios tradicionales. Quizás la imagen más común, en esos días, era la de ver a las viudas bailar frente a un auto. Con un tono libidinoso, casi ardiente, ellas danzaban al ritmo de la música del momento. Ellas, tan coquetas, tan caprichosas, iban donde el chófer o sus ocupantes, y les piropeaban sin temor.

“Cariño, te acuerdas lo que hicimos la otra noche”, le dijeron en alguna ocasión a mi padre. Y él, con el volante entre sus manos, quiso arrancar rápido. Pero la viuda era intrépida y logró abrir la puerta del auto. Se le sentó en las piernas y le roció un perfume dulzón y barato en el cuello. En medio de las risas de sus acompañantes, papá sacó todas las monedas que pudo y las donó. No estoy seguro, pero esa viuda debió ganarse unos 5 dólares ese rato.

Para el sociólogo Leonardo Ogaz, esta tradición es una forma de humor. La última “gozadera” de un ciclo que culmina. “Se interpreta como que, en el último día del año, existe una licencia tácita de sacar a relucir el lado femenino que tenemos los hombres. Es el único espacio tiempo en que esta licencia transformista y homosexual está permitida y es aceptada con el pasaporte del humor”.

9 PM   

El monigote que carga Débora es inspirado en el expresidente Lenín Moreno. Lo ha rellenado con arcilla y papeles. No tiene juegos pirotécnicos en su interior, tampoco está bien confeccionado. Apenas le ha cosido al pantalón una camisa deteriorada. Para armarle la cabeza, utilizó una media nylon, rellena de hojas inservibles hecho bolas.

“En Guayaquil arman los ‘años viejos’ gigantes, bien confeccionados. Aquí en Quito, en cambio, le metemos más ganas a disfrazarnos de viudas, al conteo regresivo, y a pegarle y quemarle a los viejitos antes del abrazo”, dice.

Aún faltan unas horas para llegar a la medianoche. Débora no se ha sacado la mascarilla, mientras baila Yo no vivo el año viejo a todo volumenHay un sentimiento de nostalgia. Tantas cosas que pasaron y se perdieron cuando inicio el 2020, que este 2021 pareció en muchos momentos una prolongación cansona. Se oye entonces la explosión de unos juegos pirotécnicos. A lo lejos, se enciende la primera hoguera y un monigote es sacrificado. Ese es el ritual: el fuego se lleva todos los males y la luz bendice el rostro del 2022. Salud.

Fuente: Pichincha Universal, Diario Bicentenario

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